Visita guiada - Manual de instrucciones

Antes de visitar el CNBA, como somos una familia previsora y organizada (si, muy TOC también), nos inscribimos y recorrimos otros colegios. Hubo paseos cortos, paseos con entrevista, paseos con video y paseos de más de dos horas. Sin embargo, para conocer el Buenos Aires casi tuvimos que hacer un curso.

Primero, hay que anotarse tomando un turno online. Como sólo se puede visitar los días jueves y desde las 18, tuve que usar un franco compensatorio en el trabajo. Llegamos, como dice el instructivo, diez minutos antes. No, en realidad llegamos 15 minutos antes, por las dudas.


Pagamos los 25 pesos por cabeza (ahora son 50 pesos) y esperamos. Y esperamos y seguimos esperando. El cupo de 35 participantes como máximo por paseo, ese jueves, estaba overbooking. Podrían haber armado dos grupos y aún así habría más personas de las pautadas. Empiezo a entender cómo funciona el cumplimiento de las normas aquí.

"Por disposición de las Autoridades es indispensable presentar el DNI o CI para ingresar al Colegio", habíamos leído. Nadie nos los pidió. Y, ya que estamos, tampoco vestíamos "musculosas, ojotas, camisetas de equipos de fútbol", porque estábamos anoticiados de su prohibición.

La espera fue un buen ejercicio para mirar. Muchos chicos y chicas fascinados, imaginándose Harry Potter o Hermione Granger en este Colegio Howard porteño. Y algunos otros fastidiados y aburridos, tironeados por padres y madres que parecían ser los auténticos aspirantes. Me lo habían anticipado. Fue espantoso ver que era real.

El guía, un muchacho joven, canchero, simpático, inteligente, saluda y, con ese simple gesto, cautiva a toda la concurrencia. Empezando por los futuros aspirantes que se arremolinan a su alrededor como patitos detrás de mamá pata. Si, mi hijo también.


Escaleras de mármol, patios, salas y salones. Una historia de casi dos siglos en un país de apenas dos siglos. Nombres ilustres a los que les corresponden bustos lustrosos. Los chicos y chicas sacan tímidas fotos e intercambian miradas de asombro con el adulto que los acompaña. En algunos casos son los adultos los que miran intencionadamente a chicos abatidos. 

Subsuelo, ya me perdí en las alas o claustros o como se llame. La pileta. El olor amargo del cloro se cuela por todas partes y mi hijo entra al final, con temor. Tiene 12 años y lleva por lo menos una década resistiéndose a las clases de natación. El año que viene, cuando tenga 14, no es tan importante, no tengo tiempo, queda lejos, son las excusas que se acomodan en el top five, pero tiene otras. Creo que podría llegar a ocupar los primeros 50 puestos. Por eso, creo que -delante de este espejo de agua verdosa- hemos llegado al final de esta experiencia. Una pileta de estas dimensiones es demasiado.

Escucha la explicación atento. No hace preguntas. Mira con desconfianza, con miedo y un poco de aprensión. Cuando el guía desanda el camino para volver al pasillo, mi hijo gira y me dice con una sonrisa intensa: "Y bueno, al final voy a aprender a nadar".  

Antes de irnos queda el primer piso. Aula Magna: "Pueden sentarse", dice el guía y una ola de piernitas corren hacia las primeras filas de esos asientos aterciopelados dignos de una realeza. Una realeza intelectual, en este caso. El curso de ingreso, los horarios, los sorteos, "muy exigente", inglés o francés, clases de latín, sí hay un micro pero el colegio no tiene relación... "¿Tienen preguntas?". Si, tienen. Levantan las manos como en una clase y quieren saber varias cosas. 

En la Biblioteca, en cambio, son todo silencio y recogimiento. Nota mental: explicarle la diferencia entre una sala de lectura y una misa. "¡Es como en Howard pero con computadoras!", comenta una nena menudita a mi lado. Por lo visto, las referencias culturales son compartidas.


Y la frutilla del postre, un aula. Aunque usted no lo crea, más de 40 niños y niñas sobrecargados de horas de escuela se apretujan emocionados aquí para entrar a una ¡sala de clase! Se sientan en los bancos de madera antiquísimos, acomodan sus mochilas, se sacan fotos con sus celulares. El guía sube uno de los pizarrones con un vetusto sistema de poleas bien conservado y mi hijo, casi en estado de éxtasis, exclama: "¿Viste Ma? ¿Viste que moderno eso?"

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