Un video que te cambia la vida

Nuestro hijo apareció en el comedor, tableta en mano. "Mirá Ma. Encontré esto", dijo y presionó play. Hasta ese momento, últimas semanas de su sexto grado, y como buena familia previsora que somos, habíamos conversado sobre el secundario. 


Y por conversar quiero decir buscar información, pedir entrevistas, barrer un radio de veinte a treinta cuadras a la redonda de nuestra casa, listar las opciones en categorías fijas ("escuelas técnicas", "bachilleres públicos", "religiosos DESCARTAR", "privados laicos sobre empresas DESCARTAR", "privados laicos de otras especialidades"). 



El estudio de campo había determinado una excelente escuela técnica que visitamos. Tan entusiasmado estaba que en dos semanas, prácticamente la mitad de su grado se había apuntado a las visitas guiadas de aquella institución y comentaban entusiasmados lo grandes que eran los talleres, los complejos sistemas de seguridad de las máquinas, lo genial del equipo de remo y otras muchas linduras.



Fue por ese entonces que apareció con la tableta en el comedor. Lo que vimos fue este video.



"Yo quiero ir a este colegio", dijo. Doce años recién cumplidos. Flaco al límite. Esgrimista. Zurdo y desprolijo. Buen alumno de una escuela mediocre (cuando mediocre es el modo amable de decir horrible). Ahí parado, mirándome con esos ojos azules e imperativos, esperaba algo. 

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